Miguel Ángel
Enamorarse de la imagen de alguien es una situación en la que el dolor está servido y asegurado, hacerlo es como enamorarse de unos pantalones que acaban agujereandose con el tiempo y que tienes que acabar tirando con resignación, o como un coche con el que sufres porque no sea maltrecho o robado pero que más adelante aborreces y deseas hasta deshacerte de él con ahínco cuando le salen los problemas, o como cualquier otra cosa que se te ocurra y que seguramente ya te habrás encontrado en la situación de desear ese algo (un trabajo, una persona, un evento, un piso, un negocio, un maestro…) por lo que parecía pero luego te diste cuenta que no era oro todo lo que relucía, ¿quien no ha vivido esto? ¿y no resulta obvio a estas alturas que lo que la percepción nos vende no es menos volátil que el humo? ¿Y si resultase que hay algo más allá de toda imagen mucho más gratificante por lo que se debería apostar y que es donde realmente se encuentra lo que buscas amar? Las imágenes cambian, varían y finalmente se marchitan, se tiene que ir mucho más allá de ellas porque poner el amor en un altar tan pobre no es digno ni de ti, ni de la otra persona en cuestión.
Miguel Ángel
Mírate muy de cerca, tan de cerca que atravieses la creencia de lo que eres y te disuelvas en la experiencia de una parte real que hay en ti, que no es de ti, que todos compartimos pero que está en ti. Mira muy de cerca esa emoción que pide de tu atención y que no quieres atender, mírala bien de frente para que puedas empezar a percibir la fragilidad de sus cimientos, la efímera voz en grito que te hace creer que eres lo que no eres y que da paso a un montón de cosas que no mereces pero que por el simple hecho de prestarle más atención de la necesaria acabas cayendo en la trampa de intentarlo y lograrlo. ¿Como vas a saber realmente qué no es nada eso que tanto miedo te da mirar sino miras? Cuando el cobarde se vuelve valiente es que se deshace la aparente rigidez de sus cimientos, la voz en grito se vuelve el pequeño quejido de un Don Nadie y se deja de huir de lo que no es nada para pararse a serlo todo.
Miguel Ángel
Miguel Ángel
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Creer que el tiempo sana las heridas es intentar concederle al tiempo una capacidad que no posee y una negación de la nuestra para ello, lo que sana las heridas es la capacidad mental de soltar las ideas de dolor, aceptar lo que sea y el poder para liberarse de todas ellas, lo que sana las heridas es una decisión mental que se acaba tomando o no, más o menos consciente de ello -y a más conciencia de esto menos tiempo de dolor-, pero no es una capacidad analgésica y/o liberadora que el tiempo posea, dejemos de engañarnos. Adjudicar al tiempo este tipo de capacidades muestra el deseo de seguir abrigando la creencia de que soy algo a la deriva y merced del tiempo y los acontecimientos, y sostiene el miedo a responsabilizarse y a reconocer el hecho de que todo lo que vivo soy yo únicamente el que elige y decide como vivirlo, cuanto sostenerlo o cuando soltarlo.
Miguel Ángel
Me observo, me asumo, me disuelvo… Me siento, me perdono, me acepto… la cosa siempre empieza por uno mismo, de dentro hacia afuera, de lo más interno a lo más externo, de lo más cercano a lo más lejano. Y así empiezo con la guerra más cercana que suele ser contra uno mismo (no soy suficiente, no valgo, soy malo, me da miedo, me juzgo, me condeno…) -y quede claro que el que hace esto consigo mismo lo hace con todo el mundo- y luego lo extiendo a la guerra de exigencias que emprendo con mi pareja, con mis padres, con mis hermanos, hijos, primos, compañeros de trabajo empezando a permitir que sean lo que son, que se expresen como lo hacen, liberándolos del control que he impuesto sobre ellos de como tienen que ser, que tienen que decir o como han de actuar para que yo me sienta “feliz”, y así continuo con su extensión sin límite alguno, observando, asumiendo y disolviendo… sintiendo, perdonando y aceptando… pero primeramente, por lo más cercano y quizás lo más difícil, a uno mismo.
Miguel Ángel
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